Venía cocinando una ruta por el norte de Portugal desde hacía tiempo y no se me lograba. El empujón definitivo fue enterarme que Miranda do Douro conserva un idioma propio, el mirandés, con bastantes similitudes con el asturiano y sobremanera con lo que se habla en el suroccidente de Asturias. Había que comprobarlo.
Dejé Asturias enterrada en niebla, muy densa, de la que moja, de la que no te deja ni adelantar a los camiones de Pajares. El sol agradable de León se iba convirtiendo en fuego del averno a medida que me acercaba al secarral zamorano. En Benavente paro a mojarme por dentro en la terraza del primer bar que encuentro. Me siento al lado de un chaval de noventa años.
- ¿De dónde vienes con el amoto? ¡Qué buen día tienes hoy, eh!
- De Gijón.
- ¡Coño! En Gijón trabajé yo muchos años. Llevaba un dúmper.
- Anda, qué casualidad.
- Sí, sí. Y un día en Tremañes me reventó una rueda y me llevé una casa por delante. Tuvieron que hacer una nueva.
- Tienes un nuevo fan.
- ¿Ein?
- Nada, que vaya coña.
- ¡Ah!
Continué por el averno zamorano hasta la presa de Miranda y, mientras la cruzo, aparece un aviso en la pantalla de la moto: la lámpara de cruce se quedó frita. No me preocupo mucho, lo principal es meterse una ducha fría y gestionar la comida, que los portugueses comen temprano.
Me quedé en la Hospedería Flor do Douro. Por 25 euros tienes desayuno, habitación grande y nueva, terraza y garaje solo para motos. Regalao. Por cierto, por estos lares comen como animales, igual que nosotros. El menú del primer restaurante que encontré te da reservas para dos o tres días tranquilamente.
Liquidé el tema de la lámpara en un taller de Honda y Sthil. Muy agradable el paisanetu, no tenía la bombilla pero marchó a no sé donde por ella. Viaje, lámpara y mano de obra por diez euretes.
Duchao, fartucu y con la moto en condiciones, tocaba mimetizarse con el medio y hacer turisteo. Marché a un par de pueblos cercanos a intentar ver algo llamativo. Quería ver un castro, por ejemplo. Mala idea ir en chanclas, pantalón corto y descamisao. La carretera se convirtió en pista de tierra pindia y desastrosa. Me puse a caminar un poco, pero casi cuarenta grados me hicieron desistir rápidamente. El castro lo intuí, a lo lejos...
A la vuelta, paro en el bar del pueblo. Amena charla políglota con un par de parroquianos. Una cerveza. Otra. Una más. Ya no tengo calor, Otra. Pruebo el orujo de la tierra, buenísimo. Otra Super Bock. Otro poco de orujo. Qué desastre. Vuelvo a Miranda para ver el museo. Cerrado, claro. Pues otra birra.
Por ahí abajo anda el castro. |
Curioso rincón de Aldeia Nova |
Paseando por la parte vieja de Miranda vuelvo a entablar conversación con otros parroquianos. En este caso el tendero de un puesto de recuerdos, repleto de productos y utensilios típicos de una casa mirandesa. Si le dices que yes asturianu es como si le dieras cuerda. Dos horas dándole a la húmeda. Luego se suman más familiares al intercambio cultural astur-mirandés. La señora me entiende cuando digo que tengo fame. Justo delante de la tienda regentan el Restaurante Sao Pedro, así que me dicen que vaya a cenar allí, que me convidan al vinho da terra. Dicho y hecho. Pruebo la famosa posta de vitela mirandesa. Brutal. Espectacular. Después de la cena seguimos dándole a la húmeda. Arreglamos la economía portuguesa, la española y hasta la griega. Ye lo que tienen las conversaciones de chigre, amigos.
Lo que queda del castillo de Miranda |
La tienda de recuerdos do Planalto Mirandés. |
El Restaurane São Pedro. ¡Volveré, amigos! |
Hora de dormir. Con veintiocho grados se hacía complicao. Ventanas abiertas, visitas a la terraza a echar algún pitu. Se oían bramidos desde la habitación contigua, como si hubieran abierto las puertas del zoo. Exagerao. Apoyado en la barandilla de la terraza veo que en la de al lado hay un bulto de sábanas y almohadas en el suelo. Me fijo un poco más y hay alguien "durmiendo". Sospecho que es la pareja del que brama.
La mañana me recibe con otro espectacular día de sol. Desayunando en el hotel hay una pareja de franceses. Él es un puto oso de dos por dos. A la francesa, pequeña y menuda, le llegan las ojeras hasta el pescuezo: se confirman las sospechas de la noche.
El hotelero me desea buen viaje y me regala una navajina de recuerdo. Tiro de intuición para ir hacia Bragança, me da pereza poner el GPS. ¡Qué carretera! ¡Curvas! ¡Curvas! A media mañana estoy visitando el castillo fortaleza de Bragança, imponente, muy bien conservado. Disfruto, dentro de lo que permite la ropa de moto, caminando por el castillo y contemplando las vistas de la ciudad.
Casinas dentro del Castelo de Bragança |
Vistas de Bragança |
Continúo camino hacia el Atlántico por la carretera que bordea el Parque Natural de Montesinho. Sigo disfrutando de buenas curvas. Sobre las cuatro de la tarde aterrizo en un bar de Chaves, a la sombra. Hay ambiente, así que acabo en un hotel enorme, de esos que tienen solera, el Aquae Flaviae. Tanta solera que siguen anclados en los setenta. Se salva la cama y que tiene parking gratis.
Aguachirri portugués |
Muralla de Chaves |
Castillo de Chaves |
Alrededor del castillo de Chaves |
Dom Alfonso. Primer duque de Bragança, pariente de un colega. |
Ceno con contundencia y me voy a tomar unos pelotos a un bar cercano al hotel. Veo ceniceros sobre la barra que no están reconvertidos en papelera, tienen ceniza. Trinco al camarero y me dice que en Portugal se puede fumar en los bares que paguen una licencia para ello. Muy cara, apostilla el tipo. Con el cigarrín, los Beefeater saben a gloria.
Al día siguiente me tomo con calma la carretera hacia Braga, retorcida como ella sola. Todo el camino está plagado de carteles indicando lugares de interés como puentes medievales, arquitectura románica, tumbas y un largo etcétera cuya visita hay que planificar para el siguiente tour.
Llegados a este punto ya me empiezo a dar cuenta de que los portugueses conducen como el puto culo. Gente que te da paso en linea continua y si no los pasas montan en cólera (varios), coches que directamente toman la curva por el carril contrario, un trailer adelantando a todo lo que se mueve y cuyo bamboleo al verte aparecer te sube las pelotillas a la garganta...
Chaves, camino de Braga |
No tengo ni puta idea de dónde es esto |
Llegar al centro de Braga se complica. El móvil haciendo las veces de GPS a treinta y pico grados hacen que el cacharro se vuelva loco y me deje a ciegas para llegar al centro. Lo consigo, no sin antes montar algún cirio en un par de cruces.
Castelo de Braga |
Braga desde el Jardim da Avenida Central |
Como el GPS sigue frito, salgo a palpu de Braga camino de Viana do Castelo. En menos de sesenta kilómetros la temperatura baja casi diez grados y, joder, parece que hace hasta frío, claro. Después de soltar la moto, maletas y roña en el hotel, toca conocer el pueblo, y sus bares. Pago la cerveza al irrisorio precio de noventa céntimos. Huelga decir que me invité a unas cuantas.
Viana es pequeño, pero cuando te pones a caminar te das cuenta de que es más largo que un día sin pan. Quiero sacar una foto desde la colina donde está el santuario de Santa Luzia pero después de la caminata decido dejarlo para la mañana del día siguiente antes de marchar.
Viana do Castelo. El santuario de Santa Luzia al fondo. |
Río Lima |
Fuerte de Santiago da Barra, en Viana, hoy convertido en escuela de hostelería |
De vuelta en el hotel Rali, con cansancio ya acumulado, qué mejor que probar su spa. Y qué bien que en el hotel solo haya guiris, eso hace que a las siete de la tarde estén cenando y la piscina, las saunas y los chorros que te dejan nuevo son todos para tí. Relax total. Cena, un par de pelotos y mañana será otro día.
Aquí estuve hasta que los dedos parecían castañas mayucas |
Amenazo con Volver.
Cada vez me gusta más esta moto |
Venga, majetes. ¡Que vos preste!