domingo, 23 de diciembre de 2012

Puerto Vegarada, ese gran desconocido.

Ayer desperté en Nembra con una guaja chillando, una perra brincando por mi cama y algún rayo de sol que se colaba entre la persiana. Se confirmaba la noticia: los Mayas no acertaron.

Tras cerciorarme de que lucía el sol y no se esperaban precipitaciones ni líquidas ni en forma de meteorito que llegase con un día de retraso a sacarnos de la crisis definitivamente, conseguí engañar a Patri para dar un agradable paseo. Como siempre, me tocó esperar mientras se preparaba. Tuve que ayudarla a poner los guantes, la cazadora, el pañuelo alrededor del cuello, el casco... ¡ay, que me molesta el micrófono!, ¡ay, coño, que ya me despeiné!, ¡ay, qué frío!, ¡ay, que este casco me mata!, ¡ay, vete despacio!, ¡ay, no te arrimes tanto!, ¡ay, no tumbes!...

Bueno, pues diez minutos después estábamos en Cabañaquinta liquidando unos contundentes bocadillos de lomo para desayunar... (a la una de la tarde). Mientras asentábamos el estómago, maldecíamos nuestra total falta de fortuna viendo en la tele del chigre al niño de San Ildefonso con menos futuro en esto de cantar números, que se atascaba constantemente bolita tras bolita y alambre tras alambre.

Rematamos la subida a San Isidro sin mayor problema que el frío que empezaba a colarse por debajo de la ropa.

Puerto San Isidro

Poco después, y tras un café en Boñar, acabé de perfilar la ruta, casi decidida sobre la marcha. Había que subir el puerto Vegarada, que Patri, como muchos otros, nunca lo había catado. Lo entretenido es subirlo por el lado asturiano, una pista de tierra con rampas que casi llegan al 30% de desnivel, pero con paquete y en pleno invierno, no era demasiado recomendable. 

Para los curiosos que no lo conozcan, una muestra de la vertiente asturiana:

Puerto Vegarada

Pues arrancamos hacia Vegarada y en La Vecilla me llevo una agradabe sorpresa: un cartel indica que la carretera del puerto está siendo arreglada. Y efectivamente, los parches y agujeros han desaparecido por completo hasta Redipuertas, pero podían haberla barrido. Aquello era un puto manto de gravilla, así que iniciamos la subida con mucha calma. Y esa calma nos hizo disfrutar del impresionante paisaje. El río Curueño, que baja del puerto junto a la carretera, lleva horadando la montaña desde hace millones de años y ha dejado, para alegría de nuestra vista, las Hoces de Valdeteja, que son impresionantes. Como hacía frío, no nos paramos a sacar fotos, pero en Google Maps podéis disfrutar una parte de ellas cómodamente sin levantaros de la silla, vagos.




Y en el puerto, que hablen las fotos:

Puerto Vegarada

Puerto Vegarada

Puerto Vegarada y Riopinos

Poco antes de coronar Vegarada, hay una carretera que lleva a la estación de esquí de San Isidro, a las pistas de Riopinos, que se ven desde el puerto. En la tercera foto podéis ver la zona, aunque tapada por las nubes. La carretera no serán más de tres o cuatro kilómetros. Te eleva desde los 1.550 m del puerto hasta unos 1.700 aproximadamente, pero más argayos no puede haber; ojito con ir como un caza, que te la das. Y hacia allí nos fuimos a tirar unas cuantas fotos más.

Estación San Isidro Riopinos

Estación San Isidro Riopinos

Y ya con pocas horas de luz por delante, pusimos rumbo a Villamanín vía Valdeteja, por una de esas carreteras olvidadas por el MOPU, llena de parches, tan típicas del norte de León. Patri empezaba a acojonarse, volvían los ¡ay, qué frío!, ¡ay, que seguro que te perdiste!, ¡ay, qué carretera!, ¡ay, que verás cómo tienes que dar la vuelta!, ¡ay, que anochece y no hay una puta luz!... Haciendo oídos sordos, la GS iba saltando los baches sin inmutarse y en un periquete cruzamos el Collado de Cármenes (bonita tachuela en el camino) y llegamos a Villamanín sanos y salvos, donde cogimos la carretera de Pajares, que nos merendamos rápidamente.

Unos cuantos ¡ay! y un par de caldinos, y dimos por finalizada la jornada motera, que, como siempre, espero repetir lo antes posible.

¡Que vos preste!