miércoles, 27 de junio de 2012

Carta a un motorista hijo de puta

Estimado hijo de puta:

Eres de familia acomodada. Tienes el carnet “A” por castigo, de cuando tuviste el capricho de moverte por Somió en moto y tus papis te pagaron el pack completo. ¡Cómo ligabas en el Jardín! Fuiste un hijo de puta con suerte.

Ya peinas alguna cana. Marchas bien de pasta y te gusta que el resto de los mortales lo sepan. Tras algunos años alejado de las dos ruedas, has vuelto a comprarte una moto. Una“R”, por supuesto. “Esto está chupado”, dijiste a tus amigos, es como montar en bici, no se olvida. Te has gastado unos cuantos miles de euros con intención de volver a sentirte joven y remarcar tu posición social. Como buen pijo de mierda, sólo sacas la moto en verano, en los cuatro días de sol de espatarrar que nos brinda Asturias. Te gusta que tu“R” brille y que te vean por Somió y las vinaterías del barrio del Carmen subido en tu fabulosa y rapidísima máquina. Impoluta, brillante. Como tú, con camisa de rayas, pantalón amarillo de verano, el jersey amarrado a la cintura y los náuticos marrones, a juego con ese casco jet de diseño estilo hípico que no baja de quinientos euros y que viste hace unos meses en un escaparate de Madrid.

Pero todas esas taras severas de tu mente y tu personalidad no son realmente tu mayor problema, no. Tu verdadera complicación es que eres gilipollas y no tienes ni puta idea de andar en moto, básicamente porque no respetas al resto de la gente. Tu“R” tiene muchos caballitos, sí, un pequeño golpe de gas y te cuelas entre cualquier coche. Pero alrededor hay más vehículos. Motos, para ser exactos, que van por su carril, sin molestar. Gente más joven y con más reflejos que tú, comemierda, que saben deslizarse entre el tráfico y conocen a los que son como tú. Se os huele a distancia, lo que da tiempo a apartarse de vuestra aureola de triunfador para no tener un susto ni un altercado en la vía pública.

Pero apetece zurrarte una buena hostia. Tentado estuve de meterte la rueda, a ver qué hacías, a ver cómo frenabas, a ver si con un poco de suerte tu cara atravesaba el autobús y, para regocijo de los allí presentes, llorabas desconsolado. A ver por qué llorabas más, si por tu moto, por tus dientes o por tu orgullo herido.

Hijo de puta, te tengo fichado. A ti y a los que son como tú.