lunes, 15 de julio de 2013

La Folixa de los puertos

Con la experiencia de 2012, ya sabíamos que era inviable volver a meter casi mil kilómetros en dos días. Se necesita mucha Mahou para no desesperarse y eso nos deja sin tiempo, además de ser conscientes de que somos incapaces de madrugar para estos menesteres. Por tanto, decidimos acortar la ruta y dejarla en un agradable paseo de 370 Km con vuelta abierta.

La expectación creada por la oferta de kilómetros, costillas y folixa se fue desinflando poco a poco. Las excusas fueron de lo más variadas: que si tengo que ir a Cuba a atender no sé qué negocios turbios, que si a comer pulpo a Fonsagrada, que si tengo pupa en el perineo... etc. La incertidumbre por igualar la marca de cuatro asistentes del año pasado se mantuvo hasta la hora de la comida.

A las nueve de la mañana, en la parrilla de salida se concentraban seis unidades, cifra que daba alas a los organizadores del evento. Merucu, Chin, Rober, Juanín, Juan y el que escribe iniciábamos el recorrido sin miedo a las previsiones de tormentas que salpicaban gran parte de las carreteras que íbamos a recorrer.


Ambientillo en la salida

Y comenzaron los problemas. Al pasar a eso de las diez menos diez por Villaviciosa, un termómetro marcaba 28 grados. El primer bar donde íbamos a parar, en Lastres, estaba cerrado. Además, una séptima unidad que debía unirse en Lastres, parece que aún tenía las legañas colgando.

Buscando la sombra a las diez de la mañana

Tras unos momentos lamentando el incomprensible cartel de "cerrado", atacamos la primera dificultad montañosa del día, el Fitu, en cuyo alto hicimos la primera parada de rehidratación y comentamos el miedito que nos iba dando el ganao que nos fuimos encontrando en la subida; volvía a nuestra cabeza el fantasma de la vaca voladora que casi nos cepilla el año anterior bajando el Palo. A estas alturas ya llevábamos una sudada cojonuda.


Reponiendo líquidos en El Fitu

Al llegar a Arriondas, Rober nos decía adiós y se iba al chiringuito a contar que había tenido la oportunidad de rodar y departir un rato con unos auténticos trastornaos. Dos no se enteraron de que se iba y, al ver que Rober se alejaba en sentido contrario al nuestro, se propusieron darle caza hasta que, por fin, se percataron de que era una decisión premeditada. Nótese que ambos perseguidores no bebieron Mahou y por ello, su cerebro, totalmente deshidratado, sólo podía considerar un error que un elemento del grupo nos abandonara.

Ya en Infiesto se incorporó Yago, el de la legaña colgandera. Y allí, a la sombra, echamos unos pitinos antes de encarar la Collada de Arnicio, que podemos considerar un puerto asfaltado, pero casi es más parecido a Vegarada que a una carretera normal. Todos las pasamos un poco putas, pero imagino que los dos Juanes, con motos más deportivas, llegaron a casa ciscándose en la madre que parió al que se le ocurrió incluir esto en la ruta. Pero la cosa no queda ahí. ¿Qué les pasa a los puertos asturianos en invierno? Que tienen nieve y hielo. ¿Y qué les pasa en verano? Que hay ganao suelto. Sí, señores, de nuevo las vacas haciendo cosas raras por las cunetas y subiéndonos las gónadas hasta la altura de los pulmones mientras esquivamos baches y moñicas del tamaño de calderos. Eso no es para tanto, dirá usté. Pues craso error. Faltaba algo más. Un macho que hiciera empequeñecer nuestras pelotas. Trazamos una curva y en la rampa siguiente, estrecha y sin escapatorias, un toro nos espera, nos mira fijamente y nos dice "venirse, venirse". Detenemos las motos inmediatamente y empezamos a mirarnos los unos a los otros, a ver quién tiene arrestos suficientes para ser el primero. Como nos ve indecisos, el toro da unos pasos hacia nosotros. Soltamos el freno y dejamos caer ligeramente las motos hacia atrás. El astado da otro par de zancadas y sentimos los cojoncillos subir por la nuca e intentar escapar por las orejas. Cuando ya temíamos por nuestras vidas y empezábamos a echar las patas de cabra para abandonar las naves, el torito se engorila y echa a correr por un camino. Soltamos un enorme suspiro de alivio y continuamos la marcha mientras las pelotas volvían, poco a poco, a su posición original. En la cima hubo otro altercado protagonizado por una familia de caballos, pero la llegada de un coche los hizo disolverse sin llegar a convertirse en un peligro serio para la expedición.


Comentando la jugada del toro en el alto

La bajada, cautelosa, nos deslizó hasta volver a una carretera decente que nos llevaría al Puente La Chalana para tomar otro refrigerio previo a atacar La Collaona.




En Moreda nos apretamos unas birras y unos pinchos en la terraza de La Bombiecha. Ojito con sus hamburguesas de pinchu pa desayunar/comer. Sólo te digo que no es lo que esperas. Es aquí donde Juanín nos dice adiós y Chin confirma su presencia en la parrillada nocturna. Constatamos que llevábamos 175 Km recorridos en seis horas. Una media fabulosa. Nadie daba un duro por llegar a Ibias con luz diurna, ni secos.

Abandonamos las cuencas subiendo la Cobertoria y las nubes de tormenta empezaban a cercar al grupo. Se oyen ya truenos. La buena carretera de Cobertoria y San Lorenzo nos permite acelerar el paso y en nada ya estábamos subiendo Somiedo.


Coronando La Cobertoria

Y bajando hacia Piedrafita de Babia comienzan a caer las primeras gotas. Apretamos el culo y llegamos a Villablino a tiempo de pasar a techo un buen chaparrón. Juan se despide aquí de nosotros, que nos abanadona huyendo del agua por Leitariegos.

Habíamos igualado la marca de 2012. Cuatro. Los elegidos para la gloria. Los cuatro fartones que se van a poner hasta el culo de costillas a la parrilla. Costillinas de esas ricas, piquiñinas, con poca carne pero pegadina al huesu, tan rica... Pensar en la orgía cárnica nos da fuerzas y, en un momento que la tormenta echa menos agua, ponemos rumbo a Cerredo, que coronamos después de que mis gafas de sol decidieran suicidarse un par de curvas antes.

Siguió lloviendo bastante pero al poco de pasar El Rañadoiro volvíamos a tener asfalto seco. Ya no quedaba nada. Eran las seis de la tarde y atacamos el Connio, último puerto del día, que en su cima nos recibía con niebla densa y algo de fresquete. Es un puerto salvaje, precioso. Hay tramos en que la vegetación hace un arco sobre la carretera y da una sensación increíble, con la adrenalina por las nubes esperando que en la siguiente curva aparezca un coche despistado.


El Connio

En San Antolín hacía calor. Bochorno. Mucha humedad. Se notaba que quería llover a cántaros pero no cayó ni gota. Tras un par de cañas y cargar los víveres como pudimos, nos fuimos a casa a preparar la cena.


Los cinco costillares
Hermoso topcase improvisado

Qué ricas nos quedaron. Qué color. Qué gusto. Qué manera entafarranos de grasa y chimichurri. Entre comedia continua dimos cuenta de los cinco costillares, varias cervezas y vino de la tierra. Lo rematamos en San Antolín con algunas birras más y otro montón de risas, dando por concluida una gran jornada motera alrdedor de las cuatro de la mañana.


Ponga un Chin en su vida, fuego asegurado
La penúltima hornada de la noche
Animada tertulia junto a la parrilla

El sueño reparador hizo que nos levantáramos más bien tarde y con pereza extrema. Café y MotoGP. 36 grados y cielo totalmente despejado presagiaban otra jornada de sudor. Menú del día en San Antolín y rumbo a casa sobre las cinco de la tarde por el camino más rápido: Pozo de las mujeres muertas.


Moticos en la tele
Reposando la comida en el mesón Eiroa.

Curva a curva, intentando acercar las orejas al suelo lo más posible, enseguida comenzamos el descenso... ¡Vacas en la cuneta! ¡Yuju! Y vamos a ver, no me jodas, esto ya no puede ser casualidad. Estas algo saben. De alguna forma el ganado bovino está conspirando de punta a punta de Asturias porque parece que nos huelen, que saben cuándo vamos a pasar para acojonarnos y liarnos alguna, para hacer cosas raras y saltar al medio de la carretera a nuestro paso. Y esta vez a pares. Igual que el año pasado, en lugar de quedarse en el talud, se tiran y quieren echarse terraplén abajo cruzando la carretera. Entre frenazos y acelerones las esquivamos. A la vez subía un coche que para delante de ellas, porque una de las vacas tropieza y cae al medio de la carretera, pero la segunda echa a volar, no mide el salto y termina por darse un hostiazo contra el capó del coche. Inexplicable. Nuestra relación con el ganao suelto es inexplicable. Se cuenta y no se cree.

Tomamos el último refrigerio en Pilotuerto. El cansancio ya se nota y tenemos ganas de llegar a casa. El calor nos hace venirnos abajo. Casi tenemos que dejar a Chin allí tirao por un ataque de risa provocado por un peluquín "Roditop" a dos tonos del que, desgraciadamente, no tenemos fotos.


Refrigerando en Pilotuerto

Queremos volver por la costa y en la rotonda de La Doriga, el último susto del fin de semana. Yago cae por una enorme mancha de aceite que hay en la rotonda. Por suerte, a muy poca velocidad, no le pasa nada y la moto sólo tiene alguna marca de guerra. Llamamos a la Guardia Civil para que, sobre todo, hagan algo con la mancha. A la media hora llega un operario de mantenimiento a echar sepiolita y a la hora y cuarto, aparecen dos verdes. Acabamos descubriendo que el rastro del aceite venía de un camino que termina en la rotonda y que al pasar los coches lo fueron extendiendo por media glorieta.


La mancha, bien extendida por los coches.
El rastro original que comenzaba en el citado camino
Sepiolita cubriendo lo más gordo.


Y llegamos a casa. Cansadinos pero contentos. Creo que todos con gana de repetir el año próximo. Esperamos haber dado buena envidia al personal y en la siguiente desaparezcan las excusas, ¡que no mordemos, coño!

Os dejo el mapa de la ruta de ida http://goo.gl/maps/znsxT Ya estamos urdiendo la siguiente, avisados estáis.

¡Que vos preste!