A pesar de no
ser yo muy dominguero para esto de andar en moto, parece
que el paseo no salió del todo mal. La previsión del tiempo daba calor desde primeras
horas de la mañana, por lo que me enfundé la chaqueta de verano. Y calor hubo,
pero a primera hora, de camino al encuentro con el compañero Jutiel, apetecía
darse latigazos para coger temperatura. La niebla que cubría Oviedo y alrededores
se metía entre la ropa y la sensación era de “gondiós, qué cutu”. El compañero
se reía de mí: “jaja, llevo guantes de invierno y el forro de la chupa, tú no”.
El suplicio de cruzar la capital con síntomas de hipotermia agravados por algo
de resaca, se veía aderezado por pastilleros saltarines y alegres devotas de
San Mateo meando por las esquinas. Bonita estampa. Pena no tener fotos.
La niebla
continuó con nosotros hasta pasar Grao. Un café en Soto de los Infantes me
ayudó a entrar en calor y a continuar el camino. Casi sin darnos cuenta ya nos
habíamos desayunado el Pozo de las Mujeres Muertas, que no me cansaré, jamás,
de subir y bajar.
Tras repostar
en San Antolín, pusimos rumbo a Pelliceira por pistas. Y viva el trail, damas y
caballeros. La Van Van ,
ligera y con buenos tacos en los neumáticos, ya sabíamos que lo iba a tener
chupao. La GS era
otro cantar. Ya conocía una parte del recorrido, muy asequible, pero el último
tramo era virgen para mí. Al final, como este verano no ha llovido nada por la
zona, todas las pistas estaban en condiciones óptimas y tampoco hubo
dificultades; pudimos subir a una velocidad más que aceptable y en ningún
momento mi poca experiencia en esto me hizo achicarme.
Viendo el valle de San Antolín desde encima de Rellán
Al fondo, las Peñas de Tuña nos vigilan
Las BMW se movía en su salsa
Jutiel lo pasaba como los indios derrapando
Me encanta subir a estas fincas. En cada esquina hay algo que contar o recordar. Historias de padres, de abuelos, de viejos, cuyos documentos de identidad indicaban la profesión “labrador”, que en muchos casos sustituían su firma por una simple X, por no saber escribir, pues la miseria que sufrían y el duro trabajo del campo desde bien pequeños les había denegado, tan siquiera, aprender a escribir su nombre. Me venían a la mente recuerdos como el Cantuleiro, donde “cantaban” los carros. El Poulón, hoy una de esas fincas secuestradas por la maleza, donde en otros tiempos veían “crecer el pan”, que se balanceaba con el viento como si fueran olas del mar. Impertérritas siguen, como un testigo mudo de la Historia, las Peñas de Tuña, oteando las brañas y alrededores, contemplando durante miles de años la evolución de este trozo de tierra. Se dice que las peñas vieron a los moros. Ahora se sabe con certeza que también vieron desfilar legionarios romanos, pues a escasos kilómetros de allí están apareciendo varios yacimientos arqueológicos que así lo confirman. Y ellas sabrán qué más secretos esconden estas montañas.
Apretaba ya el
calor cuando llegamos a Pelliceira y ahora me reía yo del compañero, “cuece, cuece”.
Para quien no lo conozca, este pueblo lo parte en dos la raya imaginaria que
separa administrativamente Asturias y Galicia. Está a casi mil metros de altitud,
con lo que os podéis imaginar cómo son los inviernos. Hoy en día no viven ni
diez vecinos, pero antaño estaba completito. ¡Qué vidas más duras!
Pelliceira y nuestras caras de satisfacción
Tras varias fotos
bajamos a San Antolín para comer, ya por una pseudo carretera que en varios
tramos no se diferencia mucho de las pistas por las que llegamos. En la bajada
nos maravillamos de la inmensidad de los valles y las impresionantes vistas. Atravesamos
Folgueiras y en un periquete estábamos sentados, listos para engullir, en el
Mesón Eiroa.
De vuelta San Antolín
Folgueiras, Boiro y Villarcebollín
El donut trasero de la Van Van
La Metzeler cumplió su objetivo
La idea original era ir por Tormaleo hacia Villablino y volver a Asturias por algún puerto de la montaña central, pero el calor y el cansancio acumulado en las pistas nos hizo desistir, así que nos decidimos por el siempre entretenido e imponente Connio. Subiendo, recordé otra historia de viejos, la de El Santeiro, un guerrillero de la posguerra muy perseguido y que causó muchos quebraderos de cabeza a las autoridades de la época. Uno de sus más sonados golpes lo dio en el puerto del Connio, en una curva cerrada, “la curva del atraco”. La historia de viejos decía que él y su banda, emboscaron y mataron algunos guardias e hirieron al por entonces alcalde falangista de Ibias, un tal Avelino. Sigue la vieja historia contando que la herida causada al alcalde era relativamente fácil de curar, o al menos se podía extraer la bala que tenía alojada en el hombro, pero el médico, amigo de la familia de un joven públicamente torturado y humillado ante su madre mientras la señora suplicaba que lo mataran pero no lo torturasen ante ella, dejó que la bala fuera descendiendo por su cuerpo, consiguiendo así que el falangista agonizara durante mucho tiempo antes de morir.
En el puerto,
unas fotos de rigor. De nuevo la inmensidad de la naturaleza bajo nuestras
ruedas. La bajada, preciosa, nos deslizó como culebras por medio de Muniellos
hasta Ventanueva sin más novedad.
Y poco más. Alguna
parada a fumar, el alto de la
Cabruñana , que es como el jueves, siempre en medio, y fin. El
verano que viene, repito.
¡Que vos
preste!